Cuando la dama llegó hasta la colina del almendral la tarde parecía rendirse ante la luna que, silenciosa, aparecía tras la sombra de una tormenta que terminaba de pasar.
Se apoyó en ese enorme tronco cerrando los ojos al sentir el suave murmullo de las hojas, esos que muchas veces oyó acompañada de su amado dragón negro en la profundidad de los bosques del Norte.
Lo consideró su amigo, un fiel compañero durante muchos años y que extrañaba ahora mismo su cercanía. Tenía frio y parecia que nada ya acabaría con esa sensación de cansancio.
No tenía miedo, nunca tuvo miedo a la muerte y ante lo que cualquiera pudiera pensar ella estaba agradecida de la vida que le había tocado vivir; los amigos y su gente, los recordaba con gratitud y alegría. Tantos momentos llenos de esplendor y sus largos paseos recostada sobre el lomo de aquel dragón.
Sí, podía morir recordando todo aquello y ya nada sería un problema. Pero ese suave murmullo en las hojas se convirtió en una ventisca que arrebató el recuerdo, ocultando la luz que podía ver con la luna, trayendo consigo sus últimas horas de vida.
Esas horas en las que todo era fuego, llanto y cenizas. Dónde el amor trajo consigo esas consecuencias nefastas para su entorno, para lo que ella más amaba.
No supo ser quién se esperaba que fuera; una princesa, solo supo amar con todo su corazón y confiar ciegamente en quienes eran su espada ante el enemigo.
Por primera vez no podia sentir otra cosa que dolor y angustia. El recuerdo constante en sus pupilas de ver la maldad de quien amaba y saberse traidora por ese amor sentido.
A lo lejos, aún en ese almendral sentia los gritos de desesperación de los inocentes y podía ver el vuelo triunfante del dragón negro.
La vida se le iba, ya no queda mucho tiempo para continuar y aquella dama no deseaba ser hallada, mucho menos por él. Rogo entonces a los dioses escondieran su cuerpo y dejaran libre a su alma. El llanto se mezclo con la tibia vida que se escapaba llegando hasta lo profundo de la tierra donde su centro ardiente lo envió al cielo.
Y los Dioses oyeron la pena del amor...la súplica del amor
Mientras caía en ese sueño eterno y sus ojos se cerraban, quiso llevarse aquellos días largos y extenuantes junto a él, abrazada entre sus garras.
El viento volvió a soplar y la tierra cubrió el fragil cuerpo ahora frío pero sonriente. Dónde ella se quedó dormida nació una rosa que abrió sus pétalos un día, una mañana.
Se díce que el dragón negro la buscó por largos siglos sin poder encontrarla, voló una y mil veces por su lado, hasta se clavó de sus espinas al intentar tocarla...pero no la reconoció
...y nunca la encontraría porque ella no quería ser encontrada por otro que no fuera aquel que le enseñó a sentirse amada.
5 comentarios:
Qué escritura tan... desgarradoramente bella!
¿Sabes a lo que me ha recordado? A la Rosa de San Jorge, aunque nada tiene que ver.
Continúa así y de seguro que pronto te vemos en la tele anunciando alguna de tus historias...
Por cierto, observo que te gustan mucho los almendros.
Un beso enorme querida.
Gracias por el esfuerzo....y por hacerme soñar.
Falcor.
Ambos tienen razón... iba a escribir algo parecido, pero me lo quitaron de la boca... Así que no repetiré.
Me veré obligado a pediros un autógrafo de vos, milady.
Ennel
como poder ser breve ante tanto sentimiento....como poder ser breve si cada palabra llega a mi corazon ...
Paz Y Bien
Solo a los Seres de Buena Voluntad
Alex
cuanta belleza en tus palabras... (espero al dragon negro que conozco no le pase lo mismo)... es algo desgarrador... pero a la vez inspira a los hombres a poder usar el arma más poderosa que tienen para evitar al mal en sus corazones... el amor de una dama...
...Y nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido...
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