lunes, 14 de enero de 2008

El piano y yo.


Me estremecí al verlo al final del salón - será posible? - al acercarme noté su forma, su cuerpo y fue inconfundible; era él.

Quite aquella indigna cubierta que opacaba su majestuosidad y entonces sonreí, llevaba un hermoso traje negro y solo al roce de mis dedos por sobre sí llamó a mis sentidos su dulce voz como si de pronto en vida su osadia le hubiese permitido hablar a mi oido y conquistarme.

Me senté junto a él temerosa, enamorada, alerta al exterior y a las miradas de otros pero absolutamente esclava de su imagen. - Tanto tiempo le soñé y ahora será al fin más que mio, pues nada lo quitará de mi cuerpo, su existencia en este corto tiempo será como las marcas que una sonrisa deja en el rostro -

Atrevida, volvi a rozarle, pero esta vez cerca de su boca. Y entonces su encanto me perdió en el cielo, reanimó por un segundo lo muerto en mi y me entregué a él, mis dedos se unian a los suyos !Ah, cuanto amé ese momento en que fuimos solo uno!

No hubo más bella melodia que la de nuestro encuentro fortuito; nos envidió el viento, el tiempo y las horas; el hombre, la mujer y todos aquellos que nos vieron ser felices porque al mirarnos nos recordarán por siempre.

Por un pensamiento, por un sentimiento o lo que duré aquello en el cuerpo dejé mi corazón sientiendo al suyo y mi rostro descansó sobre su antiguo cuerpo, tan viejo como el roble o el cerezo !como el amor que le profeso!.

Podré volver a escribir como entró su voz a la sangre y al cuerpo, a la flor y al anhelo?

Le cubri otra vez, no pude llorar y él lo merecía....

El inolvidable sonido de sus labios me robó el alma guardandola cerca de las suyas, en cada una de sus cuerdas....

Él me enamoró.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimada amiga.
Sigue usted escriviendo tan bien como siempre.
Logra transmitirnos aquellas sensaciones de forma vívida palpable.
Un Saludo.
Atte.
León.