martes, 12 de mayo de 2009

Su muerte. ¿Cuál es tu nombre, caballero?


Los pasos no podian ser más rapidos. Me duelen las manos de tanto empuñarlas, no siento el corazón y mi mente solo tiene un objetivo en medio de la espesa niebla y las enormes rocas por donde me movía apresurada; llegar al río.

La visión era caótica, el cielo ardía y no se diferenciaba de la tierra, quise regresar, me giré sobre mis pasos pero la misma visión se presentaba donde mirase. Ya no había niebla ni rocas, solo pequeñas casas humeantes a lo lejos, campo traviesa, maquinas de guerra destruidas y en medio de la espesa nube de humo en el cielo podía verse la luna.

Avancé ahora con lentitud, aquello que me apresuraba habia desaparecido siendo reemplazado por la sensación de sorpresa y angustia, el sentimiento de impotencia e incomprensión llenaban el pecho haciendo posible sentir y oir, ahora, los latidos del corazón.

Por alguna razón de lo más peculiar hombres batallaban contra el fuego, caballeros de armaduras destrozaban con sus imponentes espadas imágenes petrificadas de otros hombres, la mayoria con aspecto de horror en sus facciones. Cada uno de ellos dejaba de hacer, a mi paso, y caminaban tras de mi.

Sin voltear tomé una espada que se hallaba clavada a la tierra en mi paso, la sostuve fuerte y mi atención solo era en los pasos que sentia tras de mi, los cuales de pronto cesaron. Se habian quedado lejos, observando, algunos caían al suelo, otros simplemente se quedan firmes y de pie con la mirada perdida hacia mi o hacia algo que yo aún no lograba ver. Cuando quise seguir sus mirada noté el ávido color rojo que cubria mis botas, pronto y asustada retrocedí tratando de salir de aquel campo de sangre y pude ver, frente a mi, el rio que poco a poco dejaba su cauce y se manchaba con la sangre de los muchos caidos. Yo no los habia visto pero ahi estaban y llevé mi mano al pecho y luego a la boca.

En medio de todo ese horror volvió una angustia desconocida al pecho por hallar a alguien, comprendiendo de alguna forma el motivo que me habia guiado y el que habia olvidado cuando dejé de correr; el río, debia llegar al río. Tomé carrera nuevamente en medio de esa horripilante escena donde a veces no lograba ver nada y todo se volvia oscuridad, lograba sentir en mis pies el débil torrente que no sobrepasaba mis tobillos, miraba aquellos rostros hasta que, débilmente, desde muy lejos oí una voz... esa voz que no olvido, esa voz que recuerdo tal y cual era y que podria reconocer donde fuera. Me acerqué lo más rapido posible hasta el lugar de donde provenia esa voz y cuando la hallé me detuve en seco para observar.

Su mano aún sostenia parte de su rota espada, su armadura partida en dos a la altura del pecho donde podia verse una profunda herida, su yelmo muy lejos de él y un enemigo, bocabajo, cerca de sus pies. Así le vi y así el me vió, sonriente trato de incorporarse sosteniendose del pomo de su espada y parte de la hoja rota que clavo a la tierra del casi acabado río

- Viniste, ángel, llegaste en el momento justo, el más importante para un caballero de estas tierras. Me siento afortunado, regresaste de tu sueño solo para ayudarme a regresar al mio. Nunca le hubiese hecho daño ¿me creerás, señora? -

Yo no lo conocia, pero si le sentia, lo que desconocia en mi mente en mi corazón era razón de una tristeza infinita que me ahogo la boca. Y lloraba y no pude dejar de llorar mientras intentaba acercarme a él. Su mano se extendia hacia mi y cuando logré sostenerla aún mantenia una calidez y suavidad, impartia una seguridad conocida para mi y me hizo sonreir. Su cabello negro en medio del agua, sus ojos llenos de una mirada profunda y agónica intentando buscar algo dentro de mi y yo, tan solo guiada por el instinto, cubri con mis manos su herida y me recosté apoyada sobre él diciendo lo único que sentia podía decir: - Lo se, yo se... no puedes irte aún ... tu nombre, quiero recordar tu nombre... -

Cerré los ojos un instante intentando recordar y cuando los volví a abrir, vi el agua clara del río, la niebla y las rocas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda la muerte, aquella verdadera, es cuando ya hemos olvidado... y no hay falta en olvidar... la falta esta en haberse dejado caer en el olvido…

LEÓN dijo...

Los malditos no tenemos derecho a la Paz que otorga la muerte.
Nuestras almas, sumidas en las llamas del hades, son el combustible eterno del fuego que hace hervir la sangre derramada por nuestras manos en los campos de batalla.
Saludos!!

LEÓN dijo...

Huuu...
¿sequia literaria? ¿o escaces de tinta???? jejejeje
U.U
No me haga obligarla a escrivir...
Saludos!