sábado, 26 de febrero de 2011

Memorias.


(Era)
Mi mundo era una caja pequeña de enormes dimensiones, desconocidos parajes y oscuros pasillos. Eran muros altos y elevados por sobre el cielo, ardientes y misteriosos los sonidos, tanto, que eran tan impredecibles como la lluvia en invierno.

El mundo al cuál yo pertenecía tenía colores tan vivos que a veces parecían reales, eran componentes primarios de los sueños y las firmes creencias que hay algo por sobre todo aquello que creemos real. Mi mundo era una tormenta la cuál yo admiraba y le era fiel, como la Reina, la bella e inocente Reina, que reinaba sobre el suelo de las mentiras y la deslealtad.  

Todo cuanto yo conocía eran las alturas, el frío cristal donde esperaba impaciente el reflejo del amor que se presentaba, a veces sí, a veces no, que era cruel, despiadado y constante amante de la idea de una soledad que bien yo sabía no merecía.

Y en aquellos tiempos que no habían sido más que minutos en la piel y eternos siglos en la memoria, la madurez calaba firme sobre la conciencia y el espíritu, que había sido forjado como el hierro en las manos de Efestos. Entonces, en dichas alturas, el largo cabello que había crecido como la hierba, siempre tristemente bañado por la suave lluvia de las lágrimas que jamás pude controlar, enseñaba al mundo cuánto había vivido.

Años y siglos, observando y esperando. Simple, de ojos grandes y profundos, de lengua dulcemente afilada, de garras quebradizas, de piel suave, de incontrolable ánimo y mucha palabra. Todo aquello sumado en mí, mas todas aquellas contables cosas que sentía sobre qué no era y que sí debía ser.

Con mis manos, esas de dedos medianos y algo deformes, aquellos que predecían a un artista malogrado con un talento para la prosa, con amor a las mariposas y a todo aquello que podía volar lejos hasta el fondo, bien abajo, dónde estaba la vida... (Por que el lo alto, solo hay un sólo), escribí mi historia y en ella, aún no había esa llama que se mantenía sola, sin necesidad de esfuerzo o de consumir aquello que ya no tenía.

Todo eso, aritmética básica, geometría avanzada y cálculo impredecible hasta el sin fin.

"... y tembló la luna, que de miedo lloró. Sus lágrimas, brillantes estrellas que sembraron el firmamento, temieron por la huida de mi atención. Porque mis ojos se fijaron el aquel, que de curioso, un día llego hasta aquí. Y se paseó con su sonrisa y ofreció el mundo desconocido de la simpleza, extendió la mano un tan largo instante que el temor lleno de inocencia mi corazón. Y el sol, celoso sí... le cegó para que huyera de mi, herido y cansado. Pero olvidé el pudor de mi condición y el secreto se reveló. Se dobla el corazón, recorre la sensación del tacto su boca y estremecí al contacto del amor..."


(Es)
Mi mundo es una canción, un paseo por montes de piel oscura entre risas y somñolientas figuras. Es de tierra y aire, pies sucios por la ladera del río de la constancia y manchas en el vestido de fresa y limón. Es dulce y amargo, es un contacto constante con todo cuanto es verde y vivo, con sus comparaciones de mis facetas complejas y altaneras, mi aclaración de coronas y cadenas.

Es la melodía de amor eterno que me regala, el libro con páginas blancas para que no olvide lo que fui y cuente lo que seré. Es la semilla que habita constante en mi vientre esperanzada de un día germinar por la suave y frágil lluvia de las lágrimas que nacieron para celebrar.

Reina de Espadas.

1 comentario:

Draghaon dijo...

Que gracioso ( en ese sentido elegante donde la graciosidad se transforma en admirable) es ver a la indomable guerrera tomando con tanta destreza la pluma.

Y aunque a veces me resulten complejas e indecifrables ciertas frases de vuestra prosa y poesia, señora mía, gozais de mi entera admiración.

Agradezco a las estrellas que ese "era" se haya transformado en un "es" de mas constancia y tranquilidad en los estragosos y fangosos caminos que estos tiempos nos ofrecen, y que siempre han ofrecido.

Teneís mi vida, mi alma e incluso mi espada, demas está deciros que soy vuestro leal e incondicional servidor.

Siempre a vuestra vera,

yo