martes, 7 de septiembre de 2010

De espaldas a aquel mundo (II)


...Caminamos, sí. En principio el uno lejano al otro, yo adelantándome y el tratando de marcar mi paso. A veces dejándome caer en el camino y él jalandome.


Insistía que unos pasos más allá habría algo maravilloso. Su actuar me parecía curioso además de arriesgado, ¿a caso no había notado de quién estaba acompañado? Yo, la princesa perdida y olvidada que prefería olvidar quién era, yo, la que estaba llena de tristezas y heridas, sumergida en la melancolía e incapaz de reír sin incentivo. Esa era la compañía que había elegido.


Me contó un día por la mañana en la que el viento y la lluvia nos azotaban inclementes en el camino, que él también había sufrido pero que ya había olvidado. No podría olvidar esa mañana porque por primera vez vi un dejo de tristeza en su mirada. Era dificil ser ajeno a aquel sentimiento, un alguien que siempre intenta mejorar cuanto está mal no merecía tales sufrimientos, no, la gente buena no las merece.


Había algo más y lo iba notando, mientras el sol asomaba ya por la tarde de aquel mismo día de lluvia, sus ojos brillaban al mirarme, suspiraba muy seguido y me asaltaba con cuentos cómicos que me hacian retorcer de la risa. Intentó varias veces subir a un árbol por la manzana más apetitosa, sabía que no me gustaban, pero el decía que primero había que probar antes de juzgar. ¿Eso me hacía cobarde?, me dispuse a pensar en ello y sí, llegué a la conclusión que era una cobarde por las tantas cosas que no había enfrentado en mi vida.


Me dió la manzana, roja y dulce. Ya no volví a tener hambre, mucho menos penas y angustias. Había conocido la dulzura y estaba segura que no podría renunciar a ella. íncreible, su compañía ya me parecía necesaria...


Días o meses pasaron, de vez en cuando tocaba dormir aunque él lo hacía a medias y es que estaba enamorado de las estrellas. Yo cerraba los ojos por cansancio, no quería dormir pues de sueños me asaltaban los recuerdos de la torre, la muerte, las batallas y esas heridas sangraban en sueños. No supe hasta que una de esas noches en que desperté exaltada por una pesadilla, que él cuidaba de mis sueños, lo descrubrí con sus dedos suaves sobre mi mejilla observándome. Si no hubiera mirado esos ojos castaños y soñadores, de pestañas largas e increibles, ojos, con un brillo especial que eran semejantes a las estrellas cuando tiritaban, le habría golpeado y quizás abandonado en el camino. Sin embargo, me alejé un poco y solo fue por el ardor en mis mejillas....


Vaya sorpresa, la que se creía muerta estaba muy viva con sangre tibia recorriendo las venas, aquella que pensaba que el camino era un extenso trecho de tierra y piedras que le tocaría recorrer a solas se dió cuenta que hay verde y tierra fértil. Aquella que pensó no ser más de nadie esa noche deseó, con toda esa fuerza que le recorría, ser de uno...

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