jueves, 9 de septiembre de 2010

De espaldas a aquel mundo (IV)


...Por todo lo bueno que existe en el mundo, lo juro, no fue mi intención. Batallaba en tristezas, aquella noche fue sombría y escapaba en medio del bosque para que no me hallaran. Pero las sombras eran muchas, todas ellas retazos de un pasado que odiaba y temía. Sin alternativa más que la que conocía como vieja fiera, desenvainé la espada; craso y dramático error...


Ellas me rodeaban, ellas me herían, ellas me hacían olvidar y enloquecer. El dolor me consumía y a cada recuerdo el dolor era insoportable, entonces, una de ellas, pareció querer apretarme y quitarme el aire. Soy uno de esos felinos que van solos por la sierra, solos, que tienen garras y no recuerdan las compañías, mucho menos cuando sufren bajo la luz de la luna.


Se hundió profundo en su carne y el llanto causado por el dolor recorrió cada rincón de la tierra vista, las sombras huyeron despavoridas como si aquel insoportable gemido naciera del más puro ser que se conocía por doquier. Yo... yo temblaba y balbuceaba cosas incomprensibles, descontrolada y aterrada como jamás nunca le observaba, doblado, herido, se desangraba ante mí como una víctima más de mis fantasmas. Quería acercarme, sí, pero me falló el valor ¡había que quitar la espada! yo le amo con todas las fuerzas de mi alma, pensé. El valor no es otra cosa que el miedo volviendose loco....


La arranqué y su sangre cayó sobre mi como una mancha de culpa, seguía temblando y toqué su rostro pero la piel era fría, me miró, que herida más profunda me había causado tan solo con esa pequeña acción. Lamí sus heridas con devoción pero él ya no estaba y ¿cómo? le había herido sin razón la que él amaba y yo ¿que era entonces en ese momento? la pregunta era innecesaria, yo lo sabía, la vil victimaria.


Y pasaron días y noches, su básica defensa me arañaba cada vez que intentaba curar sus heridas pero aquello no me importaba, no me sentía viva y lo que reaccionaba de manera mecánica era mi ánimo de salvarle, yo, yo no le servía ni al mundo.

Caminamos, mucho, pero el camino era seco, bajo el sol. Yo no sé porque aún viajaba a mi lado o quizás era que yo no me resignaba a dejarle y él no tenía las fuerza para echarme, pero que peor dolor, cuán poderosa angustia era su silencio. Yo le amaba ...le amaba, pero era una fiera y las fieras a veces hieren al que aman...


Aquella tarde me dejé caer en el sendero en medio de la hierba verde, observé el cielo azul claro y sentí la brisa en mi rostro, ¿por qué no moría ya, por qué no me convertia en una sombra más como las que me asechaban, por qué?. Las lágrimas sembraron en la tierra flores desconocidas, de color rojo, con un tallo que te hiere sin intentas arrancarlas, multiples, un campo extenso a la vista, eterno, como la pena que me embargaba...


Y él, tan bueno, tan él... se recostó a mi lado y dijo que sus heridas habían sanado. Me mostró su mano herida por la flor que se había atrevido a cortar diciendo que no había visto jamás en su vida una demostración de amor semejante. Me abrazó, me contraje y cerré pétalos como ante la brisa amenazante, me susurró al oído amor. Viví otra vez.


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