lunes, 13 de septiembre de 2010

De espaldas a aquel mundo (V)


...Las buenas historias jamás culminan.




Siempre que leí una buena historia ésta jamás decía "fin" y eso es porque cuando redactas el final para una historia no se da más espacio para la imaginación o el pensar como nos hubiera gustado fuera y que tal algo inesperado pasara. Eso es lo que siempre he creído al igual de que nada es coincidencia y que el destino, tan y cual lo conocemos, no es otra cosa que eventos fortuitos, designios divinos, voluntad propia y una importante cuota de magia.




Mi propio final no existe, de hecho, lo escribo con cada minuto que respiro, pero esta historia que nos reúne debe tener un eclipse, uno maravilloso e impresionante, que ahogue el alma y la sumerja en emociones, que cree reacciones fantásticas como la sonrisa y profundas como las lágrimas.




... A lo largo del camino hallamos un pueblo, sí, un pueblo de hombres. Tenían mercado, una pequeña plaza donde se reunían los niños a perseguir sapos que habían encontrando el hogar en la pileta del ayuntamiento, mujeres que se reunían a comentar de todo y sobre todo, campos extensos de sembradío, un par de tabernas, chicos enamorados que perseguían jóvenes mozas, casas una junto a la otra, caminos de piedra que se perdían entre muros, una iglesia y un perro viejo, ese, estaba en la entrada del pueblo y levantaba las orejas cada vez que veía llegar a alguien nuevo, pero la edad no le permitía levantarse así que solo emitía un gruñido poco amenazador y luego volvía a dormir.



Hallamos una casa que un alguien había dejado, al extremo opuesto del pueblo y cerca del sendero que se perdía entre colinas verdes y frondosos bosques. Conocí su iglesia aquella tarde de Agosto, pequeña, de madera y bastante acogedora. Solo hasta el momento en que aquel hombre entrelazó el lazo rojo entre sus manos y las mías comprendí como había de continuar mi historia.




El trabaja la tierra y yo le observó, con los pocos años, hemos conseguido una pequeña biblioteca y llamar hogar a aquella casa abandonada, también un gato y un par de caballos.




Desde mi jardín de rosas por donde camino cada día puedo sentir aromas dulces y brisa fresca, ver crecer lo que sembrado y verle a él. Por las noches, sus brazos me cobijan y en muchas oportunidades he sentido que todo cuanto vivo es un sueño, que un día cerraré los ojos y volveré a mi torre. Pero algo ha cambiado en mi, sí, porque si aquello ocurriera lo aceptaría tranquila, porque es mi responsabilidad o es por lo que nací. También se que cuando eso suceda agradeceré esta pausa en mi convulso destino y me regocijaré de haber vivido, volveré con más fuerzas que nunca, segura, implacable e indomable como las fieras en su territorio.




Pero por ahora, ahora mismo y mientras escribo, me mantengo en ese campo de rosas recordando al viajero que encontré en el camino al cuál le di una oportunidad y que ahora, frente a mi, siembra la tierra con el único propósito de... vivir.


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