
... Lo admito, me olvidé. Hice aquello que algunos no reconocen y yo lo digo de frente, mirando a los ojos sin temor al repudio, a la acusación o cualquier otro sentimiento relacionado con la decepción. Sí, yo me olvidé del todo.
Los caminos se volvían como en primavera, ligeros, tranquilos, el aire que no enmudecía a las aves o al agua que recorría la tierra suave cerca del sendero, todo era un mágico milagro y claro, yo le iba conociendo a él y él, bueno, él era una ventana abierta al mundo.
Cada día me parecía uno más para seguir, sus historias, su vida, eran como un gran libro que hubiese deseado desde siempre y... sí, una noche...
El camino había girado cercando el mar, hermoso y luminoso, un mantel de azul profundo brillante e inmenso que nos cubría. Estaba de pie frente al mar con sus manos en los bolsillos llenando sus pulmones de la brisa nocturna. Un sentimiento me invadió, me parecía haberle visto por primera vez pero sintiendo que lo conocía de siempre.
Juraría que era aquel que protegió a su pueblo hasta sus últimos días, que se mantuvo fiel y firme, hombre de valor y armas, digno de portar su corona y tener el amor de los suyos, el cuál solo cometió el error de enamorarse de alguien como yo.
¿Quién era yo en ese justo momento? Era acaso una mujer viendo al hombre que la había enamorado o era aquella que necesitaba de algo por qué vivir. Después de avanzar unos pasos hacía él viendo su mano extendida comprendí que era ambas.
Una cabaña de un alguien, un lugar que alguien dejó y que la naturaleza inclemente volvió ruinas, un lugar que dió refugio a la fria noche y dio amparo al amor. Porque sus manos recorrieron las costas en mi piel y su boca, dulce, supo del sabor de mis sueños. Lugar donde sus ojos se clavaron en los mios y sus manos ataron mis deseos a los suyos.
Eso era el amor ¿eso? y entonces ¿que conocí antes? Cruda verdad, exquisíta realidad, maravilloso presente....
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